En el ejercicio de la abogacía, nos enfrentamos a desafíos constantes que demandan un equilibrio entre la ética profesional, la estrategia legal y el compromiso con nuestros clientes. Largas jornadas de trabajo, la complejidad de los casos y la constante evolución del marco normativo nos exigen una gran dedicación. En este contexto, el libro Ikigai, de Héctor García y Francesc Miralles, se ha convertido para mí en una lectura de referencia que me recuerda a diario sobre el sentido de nuestra profesión y la forma en que esta puede alinearse con una vida plena y significativa.
El libro desarrolla el concepto japonés de Ikigai, entendido como «razón de ser», un principio que nos invita a reflexionar sobre la realización personal y profesional en función de la intersección de cuatro pilares fundamentales:
- Lo que amas (Pasión): Encontrar un sentido trascendental en la práctica jurídica, más allá de sus implicaciones técnicas y económicas.
- Lo que se te da bien (Talento): Desarrollar y perfeccionar nuestras competencias en el análisis jurídico, la argumentación, la negociación y la resolución de conflictos.
- Lo que el mundo necesita (Propósito): Contribuir al fortalecimiento de la justicia, la protección de los derechos fundamentales y la construcción de un sistema jurídico equitativo.
- Por lo que puedes ser recompensado (Sustento): Obtener una retribución justa y digna por la prestación de servicios legales.
Cuando estos cuatro elementos se alinean, el derecho deja de ser solo una profesión y se convierte en una fuente de satisfacción y un propósito. Entender este concepto te permite afrontar la práctica del derecho con entusiasmo, asumiendo cada caso como una oportunidad para generar un impacto positivo en la sociedad y en la vida de las personas a quienes asesoramos y representamos.
Para identificar un propósito propio, los autores recomiendan realizar un proceso de autoconocimiento que te permita reconocer aquellas actividades que te generen una sensación genuina de alegría. Este ejercicio implica prestar atención a los momentos en los que uno se siente más motivado, entusiasmado y conectado con lo que hace, así como analizar qué tareas te despiertan un interés natural, donde el tiempo parece transcurrir sin esfuerzo. Además, resaltan la importancia de desarrollar habilidades con perseverancia, ya que el talento no es únicamente una cualidad innata, sino algo que se cultiva con práctica constante y dedicación. El crecimiento personal y profesional nace de la disciplina y de la mejora continua.
A través de este libro, se evidencia que el éxito en la abogacía no se limita a la acumulación de conocimientos o a la construcción de una carrera prestigiosa, sino que también radica en la capacidad de integrar nuestra vida diaria en algo que nos motiva y nos inspira. Desde esta perspectiva, la profesión jurídica puede convertirse en una fuente de satisfacción, siempre que logremos alinear nuestra práctica con un propósito superior.
Por ello, esta obra resulta una lectura altamente recomendable para abogados que buscan trascender la rutina diaria y darle un mayor significado a su ejercicio profesional. En mi opinión aplicar el Ikigai en la abogacía no solo enriquece nuestra práctica, sino que también nos permite alcanzar un mayor bienestar personal y contribuir, de manera más efectiva, al desarrollo de una sociedad más equitativa.